domingo, 30 de septiembre de 2012

30 de Septiembre: Recordar para olvidar.


Llegamos al segundo aniversario del 30 de septiembre, y no sé cómo empezar esta reflexión. Pero sí sé cómo terminarla. El asunto es que, por donde se mire, el “30S”– ahora marca registrada por el Gobierno ecuatoriano– está siendo recordado por las razones incorrectas. Hace poco se anunció que el Ministerio de Cultura impulsó la iniciativa ´Memorias de un atraco: feriado bancario´ con el objetivo de que la sociedad no olvide lo sucedido porque, en palabras de la ministra Erika Sylva, “somos un país que ha olvidado más de lo que ha recordado”. Pero creo que todos podemos acordar en que la historia no es una herramienta para evitar cometer errores en el futuro; es simplemente el testimonio de lo mejor y lo peor que tiene el ser humano. Esto lo digo como amante de la historia, por las interesantísimas crónicas que nos ofrece y por el valor inigualable que tiene esta rama de las ciencias sociales en despertar nuestra curiosidad y creatividad. Pero es solamente eso. Leeré historia para educarme, para fascinarme y para indignarme. Pero no para pretender que el mundo evite trazar los mismos caminos, porque demasiadas veces he visto cómo la historia ha sido ignorada a la hora de respetar y honrar la paz. En este sentido, pienso que la iniciativa del ministerio servirá para educar, en buena hora, pero no para prevenir algún traspiés futuro… y tampoco debería estar para eso. Desafortunadamente, los latinoamericanos somos pueblos resentidos. Vivimos recordando la conquista, el colonialismo, el imperialismo, llevándonos por el “prohibido olvidar” de algo que ya está, que tanto mal nos ha hecho, porque nos ha podrido el alma y nos ha llenado de odio y de desconfianza. La historia no debe servir para recordar las injusticias y quedarnos estancados. Todo lo contrario. Debe servir para olvidar. Esto no significa ignorar, no significa ser complacientes con el abuso del poder o con la guerra, no significa aplaudir o querer esconder algo para el beneficio de los de siempre. No… Esto significa salir adelante. Es la única manera de realmente aprender de algo. Saliendo adelante. El 30 de septiembre no debe ser recordado como un hito político. No debe ser explotado por el gobierno, los medios, las instituciones y los políticos para avanzar en sus campañas y objetivos proselitistas. Y nosotros, como ciudadanos, no debemos permitir esa prostitución de un evento que solamente debió habernos dejado una lección: no permitir que la política nos divida tanto que terminemos viendo morir a un hombre frente a nuestros ojos, sin poder hacer nada. Ese día fue lo que fue por el resentimiento, por la falta de respeto y por la polarización. Ése fue el peligro más grande de ese día, y lo sigue siendo. Mientras no aprendamos a respetar– o por lo menos a tolerar– las convicciones de los demás, vamos a seguir siendo igual de remordidos, y vamos a tener otro 30 de septiembre. Mientras recordemos ese despreciable jueves con odio, tomando parte en la historia, habremos hecho todo por honrar ese día, en vez de honrar a los que murieron y a las víctimas reales de ese día, que no fueron ni el Presidente ni sus acólitos, ni los Gutiérrez… las verdaderas víctimas fuimos los ecuatorianos, porque caímos en el juego del desprecio y de la violencia entre compatriotas. Perdimos el respeto y el sentido de que, nos guste o no, somos todos parte del mismo país. Los que salieron a las calles tenían una cosa en común: estaban hartos del juego de la política– porque no puede llamarse otra cosa– y buscaban a toda costa conseguir un objetivo, ya fuera el de defender al Presidente o el de desprestigiarlo. Y mientras todos tenían derecho a expresar sus convicciones y opiniones, nadie tenía el derecho de agravar la situación, de aprovecharse de la vulnerabilidad del país atacando a su única fortaleza: la de mantenerse como un país. Ése día no hubo país. Hubo personas acolitando al caos y a la insolencia. Nos olvidamos de que nunca hemos arreglado nada, precisamente porque nuestra solución es salir a las calles a demandar lo que creemos que nos merecemos, lo que pensamos que podemos imponer ante los demás. Pero si lo hacemos como siempre lo hemos hecho, con el relajo y la grosería, nunca vamos a conseguir cambiar nada. Por eso no debemos recordar al 30 de septiembre como “el día que triunfó la democracia”, porque lo último que hizo fue eso. La democracia ese día falló, o más bien dicho, nosotros le fallamos a ella. No podemos recordar ese día si lo hacemos llenos de deseos de venganza o desde perspectivas partidistas. El hecho es que ese día hubo muchos culpables, pero de alguna manera todos lo fuimos, porque nos olvidamos del respeto y de la civilidad, de la generosidad y de la bondad. Pienso que solamente debemos recordar el 30 de septiembre para darnos cuenta de que no podemos volver a permitir ésa confrontación que nos dejó desamparados. Y en ése momento, debemos murmurar una oración por todos los que perdimos ese día, y por todo lo que perdimos nosotros ese día. Dejar de lado los extremos pasionales que nos están cegando y nos están estancando cada vez más. Y salir adelante, por el bien de todos.

Por: Andrea Proaño
EL VOCERO

martes, 25 de septiembre de 2012

UNA REALIDAD EN LA CONCIENCIA ELECTORAL


Cuando hablamos de temas comerciales pensamos siempre que se trata únicamente de intercambio de productos o servicios, pero en la política las cosas se manejan de forma distinta, pues se visualizan como simples pantallas que muestran la realidad de una forma pintoresca y distorsionada.

Para la población es importante sentirse representada en todos los escaños del gobierno, pero para muchos, lo importante es lo tangible ya que desafortunadamente por falta de estudios, comodidad o simple desinterés, el verdadero desarrollo pasa a un segundo plano.

No obstante, esta película no es algo de locos, es solamente el resultado de campañas estratégicas y muy profesionales de marketing, generando una imagen completamente comercial y seductora con la cual muchos políticos se venden, digo muchos porque son pocos los que figuran por buenas acciones, entonces la conciencia y voluntad electoral de los ecuatorianos termina por comprarse desnaturalizando de esta forma, el verdadero significado de democracia y participación, donde no interesa tener electores críticos, sino simplemente borregos a quienes darles órdenes como “párense aquí y digan tal cosa”, resulta común, sin embargo, ¿a qué costo?  No lo sé, porque hasta la fecha ha resultado imposible evaluar los daños reales que ha dejado esta falta de conciencia de los ecuatorianos, no obstante, el punto se direcciona a la siguiente analogía, mientras más críticos somos, menos nos verán la cara, afectando la perspectiva de los políticos al entender al elector como oposición, mientras que la oposición real nace de la falta de criterio ya que se traduce en oposición al desarrollo, una sociedad más crítica, desata el vínculo que se ha formado entre lo comercial y lo político, obligando a que dichos actores busquen nuevos métodos de captación de militantes y seguidores, a través de mas obras, menos palabras e incluso sujetos a la manipulación directa de la elaboración de proyectos de ley mucho más estructurados y polémicos, que no sean las típicas tonterías que salen del estómago para decir que están haciendo algo y posteriormente darse cuenta de las muchas inconsistencias que no tienen ni pies ni cabeza.

El crear una conciencia en la sociedad es lo que menos se hace, porque un pueblo inteligente y con criterio es mucho más productivo; ojo, no hablo de capacidad porque sé que los ecuatorianos  tienen altos índices de inteligencia, y aptitud a pesar de sus grandes deficiencias de actitud, sometidos a un sin número de medias que al tiempo ha resultado en herramientas como  bonos, comodidades superficiales, desmotivando el crecimiento empresarial y ahuyentando la inversión extranjera. NO SOMOS BORREGOS, somos más que eso, somos un pueblo que necesita alguien que nos guie, no alguien que nos dice que tenemos que adaptarnos a su forma de ser.

Para concluir, lo comercial dentro de la política, hace soñar a un pueblo, lo hace ilusionar, pero debería ser más real para que las personas no se decepcionen, pues lo peor que puede pasarle a una persona, es depositar su confianza y luego se sientan traicionados. Por eso tenemos dos opciones; prepararnos para ser más cultos y útiles, o simplemente ser espectadores y esperar que nos desilusionen.