martes, 23 de octubre de 2012

Los jóvenes políticos se cansaron de observar desde afuera, ahora buscan soluciones para las masas oprimidas.


La política

La política ha perdido su prestigio y credibilidad; hoy en día es tan mal vista, tan criticada… Y las personas que se dedican a ella son completamente estigmatizadas, pasan a ser nada más que una cicatriz profunda en la historia del país.
La política es el proceso de ordenamiento de las sociedades, por lo que se puede inferir que las personas dedicadas a este campo de acción buscan un ordenamiento social óptimo. En estos momentos, mi cuestionamiento profundo es: ¿Acaso a los críticos de la política no les agrada el orden de la sociedad en la que vivimos, o es que acaso prefieren llegar a la más absoluta anarquía?
La política, observada subjetivamente y analizada con profundidad, es una herramienta de ayuda social. Las personas que se dedican a ella no solo se sientan a analizar y criticar los problemas, sino que buscan solucionarlos por medio de su trabajo, entregado a la sociedad sin esperar nada a cambio. Es así que esta rama de las ciencias sociales se caracteriza, o debería caracterizarse, por buscar el beneficio de la mayoría antes que el personal. Una persona cuya convicción esté basada en este ideal es un verdadero demócrata, un estadista.
En palabras de Winston Churchill: "Un político se convierte en un verdadero estadista, cuando comienza a pensar en las futuras generaciones y no en las futuras elecciones".
El político ideal debe ser alguien que realmente posee ideales y valores profundos que le permitan dedicarse a la búsqueda de soluciones, comprendiendo que jamás  una sociedad debe buscar el beneficio de unos pocos en base al sacrificio de muchos.
Los detractores de tan noble servicio, no comprenden que "el ser humano, es un ser social, y un ser eminentemente político" (Aristóteles). Cada hombre y mujer necesita un núcleo social para un desarrollo óptimo; a su vez este núcleo social requiere de un ordenamiento lógico establecido por la política. Al atacar o negar la necesidad de la política para la construcción de nuestra sociedad, lo único que se hace es olvidar y prostituir los valores de la sociedad de la cual somos fruto.

"Nadie puede darte tu libertad. Nadie puede darte tu igualdad, tu justicia o cualquier otra cosa. Si tú eres un hombre, tómala" (Malcolm X). Simple quizás para leerse, pero la profundidad de esta frase subyace en el grupo de verdaderos políticos, de jóvenes políticos, que se cansaron de tan solo criticar y peor aún señalar problemas que ya son obvios para todos. Son los conglomerados de jóvenes que proponen y buscan soluciones para las masas oprimidas, que ansían respuestas, pero que por miedo o comodidad prefieren no buscarlas.
Hoy escucho cómo se menosprecia a los que desean dedicarse a la búsqueda de un ideal. Pero a estos autodenominados jueces de la sociedad, les invito a pensar soluciones alternativas en vez de atacar aquellas que un grupo de luchadores, revolucionarios, de ideología innovadora, creativa y propia tratamos de encontrar.
La nueva generación de políticos está altamente comprometida con su ideología, sin importar el resultado, porque prefieren ante todo mantener sus valores.
Al final a los críticos de la política, mi minuto de silencio, ya que solo les queda aceptar las soluciones que otros buscan. A la nueva generación de políticos con ideales, solo me queda compartirles un pensamiento de Eugene Lonesco: "Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen."

Por:
Francisco Endara
Miembro  Acción Progresista Estudiantil (APE)

viernes, 5 de octubre de 2012

En el Día Mundial del Docente…


Desde 1994 y por iniciativa conjunta de Education International y de la UNESCO, se celebra el Día Mundial del Docente cada 5 de octubre. Este día tiene como propósito homenajear a los docentes del mundo, cuyo impulso y dedicación son la razón de ser de la educación de calidad. Cabe recordar, también, que en el seno de esta celebración, este año se celebra también el Decenio de las Naciones Unidas de la Alfabetización, instaurado en el 2003 y planteado como meta para aumentar la tasa de alfabetización hasta 2015, en el marco de las Metas del Desarrollo del Milenio y como un paso importante para reducir la pobreza.
Sin duda alguna, la educación es el motor principal para lograr el desarrollo y aumentar la calidad de vida de las personas. Pero ésta no podrá ser efectiva si desde las aulas no se promueve el gusto por el aprendizaje. Aclaremos: gusto por el aprendizaje no significa disfrutar de incansables horas de estudio y pérdida de sueño, a pesar de que es precisamente eso lo que están viviendo los estudiantes en China, Singapur, Hong Kong y los países asiáticos en general, cuyo estándar educativo cada vez más va en ascenso. A uno no necesariamente le tiene que gustar estar sentado en una clase de filosofía, o de física. No tiene por qué apasionarse con todos los temas a la vez. Muchas de las más brillantes mentes no completaron la colegiatura, no fueron a la universidad, y tuvieron un récord que dejó mucho que desear en cuanto a su compromiso con las materias de clase.
No, el gusto por el aprendizaje es la convicción de que en medio de todas esas horas de estar dentro de una clase, una pasión y motivación va a surgir. El estudiante va a encontrar algo para lo que es bueno, donde verter sus virtudes y capacidades que hasta el momento no había podido potencializar. En ese momento, estará contribuyendo ya al desarrollo de sí mismo, de su familia, de su comunidad y, como los círculos que se forman sobre el agua cuando se lanza una piedra, al bienestar y desarrollo del país. En algunos casos, será el impulso del profesor el que habrá guiado al alumno a despertar su creatividad y su curiosidad. En muchos otros, será el alumno guiado por su propio deseo de descubrirse a sí mismo. Pero lo realmente importante es que no podrá hacerlo nunca si es que no tiene acceso a la educación, si la persona detrás de un escritorio no hace su mejor esfuerzo por mantener a sus estudiantes motivados y dentro de clases, si el docente se olvida de que la enseñanza más clara no es la académica, sino la personal, aquella que se forja con integridad, juicio y moral.
El componente más importante de la educación es el docente, porque a pesar de que cada vez más los aparatos inteligentes y la tecnología reemplazan al rol que juegan quienes nos forman a través de los años, son muy pocas las instituciones educativas donde se puede prescindir de esta figura o acceder a estas herramientas, especialmente en nuestros países “tercer mundistas”. Por eso, no se puede descuidar a los docentes. Los siglos, las guerras y las dictaduras han pasado, y muchas veces fueron los profesores quienes se empecinaron en continuar educando a los alumnos, muchas veces en medio de las bombas o del miedo a la represión. A mi juicio, enseñar es la profesión que más valor tiene en el mundo, porque sin ese componente no solemos llegar muy lejos. Y los docentes saben que deben cumplir con su trabajo, y lo han hecho en medio de las más adversas condiciones, siempre honrando su compromiso, sabiendo que gracias a ellos todos podíamos llegar a ser mejores personas, grandes personas… y por ello, grandes países.
Lo primero en lo que se debe invertir cuando de educación se trata, entonces, es en mantener motivado al docente, de asegurar que esté adecuadamente capacitado, y de considerar su permanencia en el trabajo en base a sus méritos, a su aporte a la educación de la comunidad, y a su capacidad para motivar a tantos otros docentes  a superarse y al resto de alumnos a valorar la educación como el arma más poderosa para lograr el bienestar. En este sentido, el sistema educativo de nuestro país debe replantearse, para enfocarse en el docente y el alumno primero, pues será de la relación que surja de ambos que se podrán verdaderamente evaluar los resultados.
Es preocupante que las leyes expedidas desde el Consejo Nacional de Superior están, precisamente, atacando al punto fuerte de la educación: el docente. Pretender instaurar la jubilación obligatoria a los 70 años no hace más que perder el componente tan valioso que el docente puede ofrecer a esa edad: su sabiduría, y su tiempo. La experiencia que como personas han adquirido durante siete décadas los capacita de manera innegable para continuar impartiendo el conocimiento. Es un mito que su edad les impide estar al tanto de las tendencias y avances tecnológicos; a ésa edad es cuando más atención le prestan a lo que pasa a su alrededor. Son como los bebés, que observan al mundo a su alrededor con increíble atención. Los docentes de 70 años son iguales, solo que ellos sí pueden discernir y procesar lo que están viendo. La educación no debe estar compuesta solamente por profesores “veteranos”, pero tampoco tiene por qué prescindir de ellos. Al impedirlos ejercer su experiencia, estaremos perdiendo una fuente valiosísima de conocimiento y de curiosidad.
Así mismo, si bien es noble la iniciativa que busca continuar impulsando la educación y llevándola hacia los frentes más altos, no es factible pretender que para el 2017 el Ecuador logre que el 70% de sus docentes pueda obtener un título de PhD. Lo que se va a obtener con esto es que muchos de los profesores que dedicaban la mayoría de su tiempo a cumplir con su trabajo– el de enseñar y estar comprometidos con sus alumnos– van a abandonar casi por completo esa tarea, ya se física o mentalmente, desamparando así a sus pupilos y provocando un deterioro de la educación, cuando debería ser todo lo contrario.
Lo estamos viendo equivocadamente. Si bien un título realmente marca la diferencia, especialmente en el mundo en que vivimos hoy, lo estamos intentando imponer sobre la generación equivocada. Más bien, deberían ser nuestros docentes quienes nos motiven a proyectarnos hacia un doctorado en nuestro futuro. Si nos aseguramos de reconocerlos como se merecen, de darles salarios dignos a la altura de su contribución al desarrollo del país, que será mayor que el de casi cualquier otro ciudadano, de garantizarles condiciones apropiadas de trabajo, el fruto de su esfuerzo será mucho más de lo que podremos obtener forzándolos a depreciar el valor de la educación. Si les entregamos a ellos nuestra confianza y dejamos que nos guíen por el camino correcto, les habremos dejado cumplir con su trabajo y nosotros podremos devolverles el favor en un punto, cuando vean que su ejemplo y su empuje nos llevó hacia donde algún día llegaremos.
El Ecuador no necesita PhDs ni profesores jóvenes para progresar. Tampoco la última tecnología cuando ni siquiera hay recursos para dirigirlos hacia los que nos pueden enseñar a manejar esa tecnología en primer lugar. No, para empezar, el Ecuador necesita elevar el estatus de sus profesores, darles el puesto y el respeto que se merecen. Y todo va a fluir por sí solo. Basta ver los ejemplos del mundo que siguieron este trayecto, especialmente Finlandia y Chile, para comprender que nuestra tarea ante los docentes no es académica, sino humanista: aprender a respetarlos y valorarlos.

jueves, 4 de octubre de 2012

En honor al Día Internacional de la No Violencia.


Quiero hacerle honor al Día Internacional de la No Violencia, que se celebra cada 2 de octubre desde 2007, en conmemoración del nacimiento de Mahatma (“Gran Alma”) Gandhi. Gandhi fue un hombre extraordinario. Quiso enseñarnos lecciones que, por nuestra naturaleza de humanos (o bien podríamos decir inhumanos) no fuimos capaces de aceptar ni adoptar. Han pasado los años y seguimos viendo cómo el mundo se desgarra en pedacitos, haciendo la Guerra y proclamando la violencia, muchas veces en nombre de “crear la paz” o lograr la independencia. Pero Gandhi lideró el movimiento independentista– que finalmente logró su objetivo al separarse de Inglaterra– bajo la única filosofía del pacifismo y la no violencia. Luchó por el respeto a los derechos civiles y a la libertad, por la expansión de los derechos de las mujeres, por el respeto y la tolerancia étnica y religiosa, y, sobretodo, por la paz. Hizo todo esto con la firme convicción de que el mundo no es para la guerra, sino para la paz. Quiso recordarnos que así como somos capaces de hacer el mal, somos aún más capaces de hacer el bien, de pasar por el mundo dejando una marca de amor y de bondad. Y fue él quien terminó asesinado por un disparo. Él sabía lo que todos los hombres sabemos, pero fue uno de los pocos en dedicar su vida a defender ese principio: hacer la paz siempre va a ser más difícil que hacer la guerra, pero no por eso podemos dejar de intentar.
La lección de vida que fue– y debe seguir siendo– una de las figuras más influyentes y respetadas de nuestra historia busca plasmarse desesperadamente en nuestro día, para recordarnos que la mejor manera de lograr un objetivo es trabajándolo con paciencia, perseverancia y no-violencia. En este sentido, toda revolución que se respete debería partir de la voluntad de generar un cambio sin causar daños y dejar los estragos de la violencia en el camino. Para mí, la revolución que se fortalece en el odio y la confrontación es, a toda costa, falsa y mal intencionada.
Es por esta razón que desconfío de las “revoluciones” autoproclamadas que llevan la marca del Socialismo del Siglo XXI. Más aún, es por esto que desconfío de la mal denominada “revolución ciudadana”, pues si fuera, en efecto, una revolución ciudadana, no habría cultivado el odio y la polarización en los que hacemos el Ecuador. El pasado domingo 30 de septiembre, El Comercio publicó la carta enviada por la Presidencia de la República y firmada por el Secretario Nacional de Comunicación, en la que se pretende acceder a la información de aquellos lectores que publican comentarios ofensivos en la versión digital del diario. La gran hipocresía, sin embargo, es que se restringirá y rastreará solamente el comentario emitido por aquellos que atacan al gobierno.
Es verdad que la violencia que plaga las versiones digitales de todos los medios del país tienen que ser reguladas de alguna manera, lo vengo diciendo desde hace tiempo. En nombre de la “libertad de expresión” no se puede insultar ni proferir insultos, porque lo que más se hace en ese caso es violentar y deshonrar a ese derecho que a veces lo utilizamos tan mal. Personalmente, me disgusta profundamente leer los desconsiderados ataques proferidos, de lado y lado, en los medios online. Pero, reitero, esto sucede en todos los medios, y es una tremenda injusticia buscar un solo culpable, especialmente cuando se castiga la violencia de la oposición, más no la de los allegados al gobierno.
El peligro que está atravesando el país es éste, precisamente: desde el Palacio de Gobierno se está alentando a la violencia y al odio. No busco ser partidista, mucho menos injusta, pero muchas veces son aquellos acérrimos defensores del gobierno los más groseros, y los más violentos. Me pregunto, entonces, ¿por qué el gobierno no está haciendo nada por actuar sobre ese frente? Quizás si no estuvieran tan aferrados al poder, tan paranoicos porque se dan cuenta de su vulnerabilidad e inmortalidad, no tuvieran que recurrir a los insultos y al desprestigio de la ciudadanía entera. La práctica de la violencia ejercida desde la propia Presidencia es, sin lugar a dudas, la característica que más se debe repudiar y reprender, y la razón por la que hay que pensar profundamente antes de depositar la confianza en un gobierno que enseña a sus ciudadanos a violentar a aquellos que no piensan como él.
Quien se engañe pensando que “sólo está diciendo lo que piensa” o que los insultos y el odio no son violencia, le está haciendo un mal enorme al país. Esa ceguera ante lo que verdaderamente está sucediendo nos hace cómplices de la violencia. Violencia no es sólo maltratar a la mujer y a los hijos– (asuntos que, dicho sea de paso, son de una gravedad enorme en nuestro país y que deberíamos revisar y analizar profundamente, ya que son ellos los motores reales del cambio en el camino hacia la paz)– o descuidar a los animales e irrespetar por completo a la naturaleza. Violencia es creer que tenemos el derecho de imponer sobre los demás la obligación de pensar igual que nosotros y de aceptar nuestras premisas sin poder cuestionarlas. También es violencia creernos insuficientes e inseguros como personas, lo que nos lleva a ejercer aún más violencia sobre otros para así sentirnos más confiados y poderosos. Violencia es aferrarse al poder sin darse cuenta de que es de ahí de donde más surgen los deseos de imponer más violencia. Violencia es deshonrar a la paz, a la bondad y a la tolerancia.
¿Tenemos derecho de pensar lo que queramos? Sí. ¿Pero tenemos derecho de profesarlo? No. Por lo menos, no siempre. No cuando se hace daño a los demás y cuando está en juego la herramienta más elemental de la democracia: el respeto y la tolerancia. Aún si no respetamos a los que piensan diferente, debemos aprender a tolerarlos. Y si no podemos hacer eso, entonces ignorémoslos. Pero no contribuyamos a empeorar las cosas, a avivar las discusiones encarnizadas que estamos mal aprendiendo de la figura más poderosa del país (y no por ello la más importante).
Por el Día Internacional de la No Violencia, me comprometo a honrarlorecordando las palabras de Gandhi sobre la verdad y la no violencia como los conceptos más plausibles y reales del mundo: “La no-violencia es la fuerza más grande a disposición de la humanidad. Es más poderosa que la más poderosa arma de destrucción concebida por el ingenio del hombre… La no-violencia no es una prenda a poner y quitar a voluntad. Su lugar está en el corazón, y debe ser una parte inseparable de nuestro ser.”Y tú, ¿qué vas a hacer por la no violencia? 

Por: Andrea Proaño
EL VOCERO