viernes, 5 de octubre de 2012

En el Día Mundial del Docente…


Desde 1994 y por iniciativa conjunta de Education International y de la UNESCO, se celebra el Día Mundial del Docente cada 5 de octubre. Este día tiene como propósito homenajear a los docentes del mundo, cuyo impulso y dedicación son la razón de ser de la educación de calidad. Cabe recordar, también, que en el seno de esta celebración, este año se celebra también el Decenio de las Naciones Unidas de la Alfabetización, instaurado en el 2003 y planteado como meta para aumentar la tasa de alfabetización hasta 2015, en el marco de las Metas del Desarrollo del Milenio y como un paso importante para reducir la pobreza.
Sin duda alguna, la educación es el motor principal para lograr el desarrollo y aumentar la calidad de vida de las personas. Pero ésta no podrá ser efectiva si desde las aulas no se promueve el gusto por el aprendizaje. Aclaremos: gusto por el aprendizaje no significa disfrutar de incansables horas de estudio y pérdida de sueño, a pesar de que es precisamente eso lo que están viviendo los estudiantes en China, Singapur, Hong Kong y los países asiáticos en general, cuyo estándar educativo cada vez más va en ascenso. A uno no necesariamente le tiene que gustar estar sentado en una clase de filosofía, o de física. No tiene por qué apasionarse con todos los temas a la vez. Muchas de las más brillantes mentes no completaron la colegiatura, no fueron a la universidad, y tuvieron un récord que dejó mucho que desear en cuanto a su compromiso con las materias de clase.
No, el gusto por el aprendizaje es la convicción de que en medio de todas esas horas de estar dentro de una clase, una pasión y motivación va a surgir. El estudiante va a encontrar algo para lo que es bueno, donde verter sus virtudes y capacidades que hasta el momento no había podido potencializar. En ese momento, estará contribuyendo ya al desarrollo de sí mismo, de su familia, de su comunidad y, como los círculos que se forman sobre el agua cuando se lanza una piedra, al bienestar y desarrollo del país. En algunos casos, será el impulso del profesor el que habrá guiado al alumno a despertar su creatividad y su curiosidad. En muchos otros, será el alumno guiado por su propio deseo de descubrirse a sí mismo. Pero lo realmente importante es que no podrá hacerlo nunca si es que no tiene acceso a la educación, si la persona detrás de un escritorio no hace su mejor esfuerzo por mantener a sus estudiantes motivados y dentro de clases, si el docente se olvida de que la enseñanza más clara no es la académica, sino la personal, aquella que se forja con integridad, juicio y moral.
El componente más importante de la educación es el docente, porque a pesar de que cada vez más los aparatos inteligentes y la tecnología reemplazan al rol que juegan quienes nos forman a través de los años, son muy pocas las instituciones educativas donde se puede prescindir de esta figura o acceder a estas herramientas, especialmente en nuestros países “tercer mundistas”. Por eso, no se puede descuidar a los docentes. Los siglos, las guerras y las dictaduras han pasado, y muchas veces fueron los profesores quienes se empecinaron en continuar educando a los alumnos, muchas veces en medio de las bombas o del miedo a la represión. A mi juicio, enseñar es la profesión que más valor tiene en el mundo, porque sin ese componente no solemos llegar muy lejos. Y los docentes saben que deben cumplir con su trabajo, y lo han hecho en medio de las más adversas condiciones, siempre honrando su compromiso, sabiendo que gracias a ellos todos podíamos llegar a ser mejores personas, grandes personas… y por ello, grandes países.
Lo primero en lo que se debe invertir cuando de educación se trata, entonces, es en mantener motivado al docente, de asegurar que esté adecuadamente capacitado, y de considerar su permanencia en el trabajo en base a sus méritos, a su aporte a la educación de la comunidad, y a su capacidad para motivar a tantos otros docentes  a superarse y al resto de alumnos a valorar la educación como el arma más poderosa para lograr el bienestar. En este sentido, el sistema educativo de nuestro país debe replantearse, para enfocarse en el docente y el alumno primero, pues será de la relación que surja de ambos que se podrán verdaderamente evaluar los resultados.
Es preocupante que las leyes expedidas desde el Consejo Nacional de Superior están, precisamente, atacando al punto fuerte de la educación: el docente. Pretender instaurar la jubilación obligatoria a los 70 años no hace más que perder el componente tan valioso que el docente puede ofrecer a esa edad: su sabiduría, y su tiempo. La experiencia que como personas han adquirido durante siete décadas los capacita de manera innegable para continuar impartiendo el conocimiento. Es un mito que su edad les impide estar al tanto de las tendencias y avances tecnológicos; a ésa edad es cuando más atención le prestan a lo que pasa a su alrededor. Son como los bebés, que observan al mundo a su alrededor con increíble atención. Los docentes de 70 años son iguales, solo que ellos sí pueden discernir y procesar lo que están viendo. La educación no debe estar compuesta solamente por profesores “veteranos”, pero tampoco tiene por qué prescindir de ellos. Al impedirlos ejercer su experiencia, estaremos perdiendo una fuente valiosísima de conocimiento y de curiosidad.
Así mismo, si bien es noble la iniciativa que busca continuar impulsando la educación y llevándola hacia los frentes más altos, no es factible pretender que para el 2017 el Ecuador logre que el 70% de sus docentes pueda obtener un título de PhD. Lo que se va a obtener con esto es que muchos de los profesores que dedicaban la mayoría de su tiempo a cumplir con su trabajo– el de enseñar y estar comprometidos con sus alumnos– van a abandonar casi por completo esa tarea, ya se física o mentalmente, desamparando así a sus pupilos y provocando un deterioro de la educación, cuando debería ser todo lo contrario.
Lo estamos viendo equivocadamente. Si bien un título realmente marca la diferencia, especialmente en el mundo en que vivimos hoy, lo estamos intentando imponer sobre la generación equivocada. Más bien, deberían ser nuestros docentes quienes nos motiven a proyectarnos hacia un doctorado en nuestro futuro. Si nos aseguramos de reconocerlos como se merecen, de darles salarios dignos a la altura de su contribución al desarrollo del país, que será mayor que el de casi cualquier otro ciudadano, de garantizarles condiciones apropiadas de trabajo, el fruto de su esfuerzo será mucho más de lo que podremos obtener forzándolos a depreciar el valor de la educación. Si les entregamos a ellos nuestra confianza y dejamos que nos guíen por el camino correcto, les habremos dejado cumplir con su trabajo y nosotros podremos devolverles el favor en un punto, cuando vean que su ejemplo y su empuje nos llevó hacia donde algún día llegaremos.
El Ecuador no necesita PhDs ni profesores jóvenes para progresar. Tampoco la última tecnología cuando ni siquiera hay recursos para dirigirlos hacia los que nos pueden enseñar a manejar esa tecnología en primer lugar. No, para empezar, el Ecuador necesita elevar el estatus de sus profesores, darles el puesto y el respeto que se merecen. Y todo va a fluir por sí solo. Basta ver los ejemplos del mundo que siguieron este trayecto, especialmente Finlandia y Chile, para comprender que nuestra tarea ante los docentes no es académica, sino humanista: aprender a respetarlos y valorarlos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario